Me asusta el giro de campana que puede dar la vida en cualquier curva
y la hostia de la que no nos puede salvar nadie.
Cuando llegue quiero decir que yo la vi venir,
pero que otra vez no me dio tiempo a esquivarla.
Si estoy feliz cierro los ojos
oigo un ruído
y ya tengo la tormenta encima.
No sé correr más rápido que los problemas,
pero sé quedarme quieta para que no me vean llorar.
Los problemas.
Dice mi madre que las personas buenas,
con el tiempo,
encuentran a gente como ellas.
Y que nadie sangra en los abrazos entonces.
Dice mi madre que cambiar para encajar es de cobardes,
viéndole a los ojos sé que jamás ha agachado la cabeza para entrar en ningún sitio.
Hace menos de un año que aprendí que siempre estamos solos
pero cuesta darse cuenta.
Yo,
como niña en prácticas,
necesité meses de estudio nocturno sobre la vida
para entender que estamos condenados
desde que nos abandonamos a querer,
a la soledad.
Porque,
os recuerdo,
la única forma de saber lo que es estar solo
es después de haber tenido compañía.
Al fin y al cabo
todo es cuestión de dosis,
cuando no de perspectiva.
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