martes, 17 de enero de 2017

Opinión que nadie me ha pedido.

Mi opinión no le importa a nadie, porque no tengo miles de seguidores y porque probablemente son cuatro gatos los que leen mi blog. Mis cuatro gatos favoritos.
Pero me creo en condiciones de darla. Creo, que después de tantos años usando la poesía como forma de decir lo que pienso tengo motivos para quejarme.
Empecé a escribir con apenas 7 años. Recuerdo encerrarme en mi habitación y sentir como si esta fuese haciéndose cada vez más y más pequeña mientras yo me hacía más y más grande hasta acabar desbordando en un papel. Escribía como me sentía, y después lo pasaba por debajo de la puerta, deseando que sirviese de bandera blanca, que cesasen los gritos y los golpes, que por una vez parasen cuando empezaba a doler.
Era una cría y no tenía ni idea de nada, sólo quería quitarme de dentro lo que me estaba matando, quería pasar mi carga a una hoja. Después paz. Después calma.
De ahí en adelante, todo fue fluyendo. Empezaron los versos, las rimas. Mis profesores me encuadernaron un libro, me hicieron un blog en sexto de primaria. Gané algún premio absurdo escolar y algún otro en el instituto.
Lo que quiero decir con todo esto es que para mí la poesía nació como una necesidad. No fue un nacimiento bonito, supongo que igual que quien sale a correr cuando está estresado, yo cogía un bolígrafo y dejaba la mente en blanco.
Esto era para mí la poesía. No tenía ni idea del sexo, ni del amor, pero lo escribía. Era una poesía malísima, vacía e infantil, pero era mía. Por esto, creo que puedo permitirme hablar sobre lo que está pasando. Después de tantos años, de haberla odiado, escondido, enseñado, amado, sentido y mil verbos en participio más, puedo considerarme poeta. Independientemente de la calidad de lo que escriba.
Lo primero, es que la culpa no es de los poetas. Escribir es válido, lo hagas bien, o lo hagas mal. Y publicarlo es maravilloso. No hay nada de malo en escribir en internet. Todos tenemos derecho a hacerlo. Al fin y al cabo, es nuestro dolor y es nuestra mierda.
El problema está en quien tiene el poder de elegir qué mierda es mejor y qué mierda es peor. Las editoriales. Desde hace un tiempo, estas entidades se dedican a vagar por las redes sociales buscando a personas con muchos seguidores, cuando lo que deberían hacer es buscar a gente con talento. He visto como a personas importantes en Twitter se les publicaba un libro cuando ni siquiera habían llegado a ser conocidos por escribir.
Y esto me jode. Me jode porque hay gente muy buena, gente sin seguidores, con un blog humilde y un trabajo increíble. Me jode porque veo cómo se publican poemarios vacíos, en los que los autores escriben tópicos, venden palabras sin sentido para adolescentes, escriben lo que queremos leer y no lo que sienten.
Creo que estamos viviendo la putrefacción de la cultura. Se sigue escribiendo buena literatura, sigue habiendo una poesía excelente, pero no se publica, no se vende, no se difunde. Nos dan lo fácil, lo masticado, con portadas bonitas y un par de versos que nos hacen sentir identificados. Y esperan.
Están convirtiendo la poesía en algo rentable, algo de lo que sacar beneficio, números, cifras, cantidades. Ya no importa descubrir un nuevo talento, porque ese autor al que publican ya cuenta con una masa inmensa de fans, gente que comprará su libro, y el siguiente, y el siguiente. La calidad no importa, ha pasado a un segundo plano.
Nos hablan del boom de la poesía, de que ahora es más fácil editar un libro, pero es mentira. Cada vez hay menos hueco en el panorama para los que escribimos lo que sentimos, para los que lo hacemos de verdad. Y lo peor, cada vez hay menos hueco para los que, aún encima, lo hacen bien.
Y esto asusta. Sobre todo para los que hemos encontrado un hogar en la literatura, una balsa. Asusta ver como, una vez más, han conseguido monetizar el arte y convertirlo en nada, en basura. Pero una basura que incrementa, cada vez más, sus beneficios.

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